El 11 de marzo, la profesora Alejandra Carrizo vivió un aterrador momento mientras se dirigía en su auto particular, un Renault Logan blanco, desde Fiambalá hacia el Anexo N°1 de la Escuela Secundaria Rural N° 25, en La Mesada de Zárate, en el norte de Fiambalá. Su vehículo quedó atrapado en medio del caudal del Río Grande, en la zona conocida como «La Herradura», una de las áreas más inhóspitas de la región.

Lo que debía ser un día de trabajo «normal» se transformó en un instante de angustia y desesperación para la docente. Al quedarse varada sin señal de teléfono y rodeada de agua, el vehículo comenzó a hundirse progresivamente. A pesar del miedo y la incertidumbre, la profesora Carrizo logró abrir las puertas de su auto, salir de él y correr hacia una lomada en busca de señal para pedir ayuda.

La solidaridad de los vecinos fue fundamental. La asistencia llegó a través del personal del Anexo 3 de Punta del Agua y de Anahí Vaquinzay, una vecina local que, al enterarse de la situación, facilitó su camioneta para ayudar a la profesora. Junto a Lorena Carrizo, otra docente, y su pareja, se dirigieron de urgencia al lugar.

En un valiente esfuerzo, los vecinos enfrentaron las condiciones climáticas adversas, con el agua del río aumentando rápidamente. La situación se tornaba cada vez más peligrosa para el vehículo, que se hundía. Sin embargo, gracias a la intervención de una de las vecinas, quien se adentró en el río, se logró enganchar una linga bajo el auto para poder sacarlo antes de que la corriente lo arrastrara por completo.

Este episodio es solo un reflejo más de la difícil situación que enfrentan a diario los docentes y alumnos en las zonas rurales de nuestro Departamento. Las condiciones de trabajo en el interior provincial son precarias: caminos sin mantenimiento adecuado, ríos crecidos, falta de agua potable, energía eléctrica e incomunicación total son parte de la realidad cotidiana de las escuelas rurales.

En lugares como Tinogasta, en el distrito Banda de Lucero, la situación se repite año tras año, con docentes que deben caminar descalzos por el río para llegar a sus escuelas, una realidad que parece no importar a las autoridades educativas ni a los gobiernos de turno.

Este incidente pone en evidencia una vez más el abandono que sufren las comunidades rurales, donde la falta de infraestructura básica y el desinterés por parte de las autoridades son una constante que afecta no solo a los docentes, sino también a los estudiantes que dependen de ellos para su educación.

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